La ciudad de las sonrisas y la buena comida
El 14 de enero de 2025 comenzó una de las aventuras más bonitas de mi vida: me fui a Castellón gracias a una beca Erasmus ofrecida por mi instituto.
La verdad es que me apunté un poco por casualidad, pensando que no tendría ninguna posibilidad de ganar el puesto, porque solo había dos plazas y mucha gente se había presentado. Pero, sorprendentemente, a finales de diciembre recibí la increíble noticia de que me iba de viaje a Castellón.
La experiencia duró dos meses, dos meses llenos de vida, durante los cuales enriquecí muchísimo mi conocimiento y experiencia cultural y emocional. Aprendí a superar mi timidez, a lanzarme, a hablar un nuevo idioma y a conocer personas maravillosas.
Subí en un vuelo de Ryanair, que aterrizó en Valencia a media mañana. Desde allí tomé un tren que me llevaría a Castellón (o Castelló, así conocido en valenciano). El viaje fue corto, pero lleno de emoción y de un poco de nervios, ya que estaba a punto de conocer a la persona con la que iba a convivir durante los próximos dos meses.
Esa persona se llama Jordi, un chico un año menor que yo, que pasó de ser un completo desconocido a convertirse en un hermano en apenas unas semanas. Me acogió enseguida en su familia y en su grupo de amigos, superando la barrera del idioma y haciéndome sentir como en casa desde el primer momento.
Hoy, casi un año después de nuestro último encuentro, seguimos hablando todos los días.
En cuanto al instituto, estuve en el IES Penyagolosa, donde me recibieron la coordinadora Erasmus Marta Tirado y la maravillosa subdirectora Pilar Montón.
Ellas nos dieron la oportunidad, a la otra chica viajaba conmigo y a mí, de contar nuestra experiencia en la Escuela Internacional de Idiomas de Castellón, ante muchísimas personas.
Junto a ellas descubrimos la historia de la ciudad, visitamos el Fadrí, el emblemático campanario situado en la Plaza Mayor, probamos dulces típicos de pastelería y paseamos por el centro histórico.
El mes que pasé en España fue verdaderamente inolvidable, lleno de sonrisas, nuevas experiencias y buena comida.
Recomendaría a todo el mundo vivir una experiencia así, especialmente a quienes creen que no podrían hacerlo, a quienes tienen miedo de estar lejos de casa durante tanto tiempo o a los que son tímidos, como lo era yo antes de partir.
Porque una experiencia Erasmus no solo cambia la forma en que ves el mundo, sino también la forma en que te ves a ti mismo, a las personas y a las distancias.
G.A., 4ASCU

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